
Tengo un anillo de un león de oro, una cadena con un águila de oro, una esclava de oro con un gravado de cuando fui a la guerra. Me apasiona el oro pero lo que más me apasiona es que la gente me mire todo el oro que llevo puesto. Se les caen los ojos de envidia. Sienten que les falta algo cuando me miran. Yo los miro a los ojos y me río por dentro. Ja! Yo pienso: son míos. Ellos piensan: son suyos. Conclusión: no se los doy a nadie ni por todo el oro del mundo. En casa tengo la cubertería de oro, los relojes, las estatuas, los mangos de las duchas, la cadena del váter, figuritas de oro, alfombras de oro. Cuando viene un invitado se le cae la baba de envidia. Soy observador: me doy cuenta. Me meo de la risa y, para disimular, les cuento un chiste sobre lo poco que tengo que no sea oro. Soy así de modesto. Prefiero no aparentar. Cuando voy por la calle lo primero que hago cuando miro a alguien es mirarle el oro que tiene. Hay quien tiene mucho oro. Otros en cambio no tienen nada. Me resulta muy curioso porque alguna gente se tiñe el pelo de mechas doradas y yo me río: son falsas: son de oro del que cagó el moro y si lo cagó el moro es que no son verdaderas. Yo soy muy fiel a mi mismo. Si alguien cagó oro es que no puede ser. Yo creo que no existen ni las gallinitas ponen huevos de oro ni los moros que lo cagan porque, ¿y cuándo están descompuestos? Cagan lingotes.
Para mi sólo existe la envidia por tenerlo entre manos como en el señor de los anillos. ¡Ellos sí que sabían lo que era tenerlo! Un anillo, ¡tócate los huevos! Crear todo un libro simplemente por un anillo de oro, ¡eso sí que tiene mérito! Inventarse ciudades que nunca existieron, nombres raros, bichajos extravagantes, personajes buenos y personajes malos sólo por un anillo.
Un día conocí a un hombre que tenía el anillo del señor de los anillos pero era de plata. ¡Joer! Pensé yo, ¿y quién se lo habrá dado? ¿tendría que luchar contra los diferentes reinos de Mordor y compañía? El muy inteligente se lo había comprado a un tal GodoFredo.
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